pensar
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Apropiación
La Luz de Febrero
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- Cuando tenía apenas un par de años de instalado en Montevideo, llegó a mis manos un disco de Jorge Lazaroff. El disco era Dos, y mi amigo, Fernando Devincenci, me deslumbró con una historia de su autor antes de prestármelo. Lo que mi amigo me contó se volvió para mi una especie de leyenda
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Cuando tenía apenas un par de años de instalado en Montevideo, llegó a mis manos un disco de Jorge Lazaroff. El disco era Dos, y mi amigo, Fernando Devincenci, me deslumbró con una historia de su autor antes de prestármelo. Lo que mi amigo me contó se volvió para mi una especie de leyenda que me pareció tan buena que nunca quise comprobar. Fernando me contó que había asistido al espectáculo de presentación del disco donde la propuesta del “Choncho“ Lazaroff había sido cantar a dúo consigo mismo en el escenario.
Usando los recursos tecnológicos que hacían vanguardia en los años 80, Lazaroff dialogaba y cantaba a dúo con una proyección de si mismo.
Ese espectáculo que nunca pude ver, se instaló en mi memoria, en mi imaginario personal, como un hito artístico particular. Antes incluso de escuchar el disco que me deslumbraría luego por muchos otros descubrimientos musicales, me conquistó la idea. La simple idea de generar el efecto de conversar con uno mismo usando algo tan casero como un VHS.
Está claro que hace más de 20 años no llegué a comprender, o a formularme tan nítidamente lo que me cautivó de esa simple idea.
Hace poco más de un año volvió a llegar una propuesta de espectáculo musical que llamó mi atención. Esta vez fue una cuestión más de efecto. Uno más de todos esos trucos de ciencia ficción con los que nos hemos ido familiarizando hasta que casi no nos asombren.
Como paréntesis cuento que yo crecí con La guerra de las galaxias, Buck Rogers, Flash Gordon. Y la primera vez que una puerta automática se abrió para dejarme pasar sentí una enorme emoción por haber llegado al futuro. Pero esa emoción se fue apagando a medida que se aceleró el desarrollo tecnológico. Al punto que hoy lo asombroso dura muy poco, porque no nos parece extraño que haya sido inventado.
Pero volviendo al show. Se trataba de Snoop Dog, el rapero norteamericano que cantaba a dúo con Tupac, un colega recientemente fallecido en versión holográfica. En su momento me impactó el recurso tecnológico que permitía traer al músico muerto al escenario. Pero a los dos segundos volvió el recuerdo del Choncho y la sensación de “esta idea ya la vi”. Y junto con esa la otra más resentida: “estos gringos hacen todo con plata”. El punto es que se fue la magia.
La música de Snoop Dog no me cautiva demasiado. La idea ya la había visto antes. Entonces, punto y raya. Vamos a otra cosa de tanto que hay para ver.
Pasaron algunos meses y un día la marejada de Internet me trajo de nuevo el video del rapero. Lo volví a ver sin mucho entusiasmo. Pero por alguna razón me entró la curiosidad y quise entender como lo hacían.
Entonces empecé a buscar información sobre qué era y cómo funcionaba un holograma, primero y de lo que había hecho Snoop Dog, después.
En esa búsqueda aprendí que la tecnología holográfica está aún en desarrollo y que resulta muy cara por el momento. Que hay algunos ensayos con teléfonos inteligentes -
Queremos transmitir la idea de que siempre se puede. Que podemos soñar con proyectos inverosímiles y luego buscar juntos la forma de hacerlos realidad.
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y que seguramente empecemos a verla en acción en cualquier momento.
Pero el mejor descubrimiento fue como habían resucitado a Tupac. Me encantó que desbaratara mi idea prejuiciosa y resentida de “estos gringos hacen todo con plata”. No había laser ni ningún otro dispositivo supertecnológico. Solo algunos espejos, un proyector e ingenio.
Entonces me volví a enamorar del espectáculo, como dos décadas antes me había enamorado de Dos. En ambos casos, los artistas habían hecho algo que si bien partía de las sugerencias del dispositivo, buscaba algo que decir a través de él.
Sin poner a ninguno antes que el otro sino buscando articular a ambos.
Habían tomado los recursos existentes, diseñados originalmente para otros fines y los habían reelaborado para crear una propuesta donde lo principal era lo que ellos tenían para decir. Tomaron elementos simples y cotidianos para crear algo que nos llevara al terreno de lo fantástico. Unieron los artefactos a las necesidades humanas, personales y colectivas de hablar de lo que nos pasa. Entonces el artilugio efectista se transforma en un medio de expresión.
Fue lo que pasó con el cine desde el tren llegando a la estación hasta nuestros días. El efecto de aquellas primeras imágenes asombrosas se hubiera apagado rápidamente, si ese recurso tecnológico no se hubiera cargado de historias que necesitaban ser contadas.
Y eso que paso con el cine, nos inspiró en este febrero, a jugar con la luz para crear nuestro proyecto de historias holográficas en La Casa del Árbol.
Tomamos un recurso que existe en cientos de tutoriales de youtube, y nos propusimos cargarlo con historias que surgieran desde las diferentes propuestas de taller. Y eso puso a circular el entusiasmo, el disfrute, el asombro. Entre todos, grandes y chicos. En ese camino de búsqueda se pulieron conflictos y se aprendió a encontrar acuerdos.
Un resultado fue una brevísima historia que flotó en la oscuridad por poco más de un minuto. Otro resultado fue una experiencia de convivencia de un mes donde disfrutamos inventando cosas y buscando soluciones.
Eso de tomar lo que ya existe para articularlo de forma novedosa y hacer algo distinto, es lo que muchos llaman innovar.
En La Casa del Árbol nos planteamos el desafío de llevar esto a la propuesta educativa, que no es otra cosa que llevarlo a la vida misma. La innovación no como un eslogan sino como una forma de relación con el conocimiento y con la existencia.
Queremos transmitir la idea de que siempre se puede. Que podemos soñar con proyectos inverosímiles y luego buscar juntos la forma de hacerlos realidad. Que podemos juntar cartones viejos, cascola, computadora e imaginación para crear un robot. Y también podemos tomar de este mundo baqueteado lo que más nos gusta y reelaborarlo en algo un poco mejor. Queremos crear, cargar artefactos con saberes, con necesidades expresivas, con deseos. Queremos transmitir, como dicen los hermanos Baudelaire en Lemony Snicket, que siempre se puede, se puede inventar, se puede leer, se puede morder y se puede construir un santuario, por pequeño que sea.