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Comunicación
Historias fuertes para niñes fuertes
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- Hacer televisión para niños con niños es, desde nuestros inicios, el mayor desafío que se nos ha presentado. Un desafío que se manifiesta a varios niveles y del que se desprenden necesariamente muchas reflexiones y cuestionamientos. A pesar de que no representa el camino más simple y sencillo, hemos decidido tomarlo porque creemos que el derecho a la participación, y particularmente de la participación en los medios de comunicación, es uno de los tantos derechos expresados en la Declaración de los derechos de niños, niñas y adolescentes que no son cumplidos enteramente en la realidad.
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Ocultar la muerte tanto en su manifestación real como en el relato imaginario, es una agresión, un insulto a la inteligencia del niño y a su capacidad de resolver conflictos... Las historias bien construidas son un recurso valioso para acercarnos a la comprensión del mundo y de nuestras emociones.
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Strong Stories for strong children (historias fuertes para niños fuertes) es el leitmotiv del 28º PRIX JEUNESSE INTERNATIONAL FESTIVAL, un evento que tendrá lugar durante mayo de este año en Munich, Alemania y que forma parte de algunas de las estrategias de la Fundación PRIX JEUNESSE en su objetivo de promover la calidad en la televisión para niños y jóvenes de todo el mundo. Como mencionan en su web, la Fundación quiere promover la televisión que permita a los niños ver, escuchar y expresarse a sí mismos y su cultura, y que mejore la conciencia y el aprecio de otras culturas.
Hace algunas semanas, en La Casa del Árbol tuvimos la noticia de que estamos dentro de los finalistas de este festival, noticia que nos lleno de alegría y orgullo por un lado, pero que principalmente, se nos presentó como la validación externa de un trabajo que venimos haciendo desde hace varios años con la firme convicción de que niños y niñas son sujetos de derechos en el profundo sentido que esto implica.
Es por eso que aprovechamos esta noticia para poner en palabras muchas de las reflexiones que guían nuestras prácticas educativas y creativas.
Hacer televisión para niños con niños es, desde nuestros inicios, el mayor desafío que se nos ha presentado. Un desafío que se manifiesta a varios niveles y del que se desprenden necesariamente muchas reflexiones y cuestionamientos. A pesar de que no representa el camino más simple y sencillo, hemos decidido tomarlo porque creemos que el derecho a la participación, y particularmente de la participación en los medios de comunicación, es uno de los tantos derechos expresados en la Declaración de los derechos de niños, niñas y adolescentes que no son cumplidos enteramente en la realidad.
El cambio de paradigma en la relación adulto-niño que el ejercicio de estos derechos exige no es fácil, pero es imprescindible y si bien como dijimos conlleva muchas dificultades, también encierra algunas certezas. Entre dichas certezas se encuentra la necesidad de pensar en niños y niñas como centro de la cuestión. Esto puede parecer un lugar común y de hecho se lo usa como tal a menudo.
Respetar los puntos de vista del niño puede implicar la aceptación de muchas cosas para las que no estamos preparados como adultos. Puede significar el sacudón poderoso de todas nuestras certezas, morales y estéticas.
Y las dificultades pueden ir más allá todavía. Porque los pareceres de nuestros niños, esas apreciaciones estéticas y morales, no son exclusivamente de ellos. No las traen desde la cuna como algunos pretenden imaginar. Cada vez de forma más temprana, nuestros niños y niñas son socializados de forma primaria por sus familias y por los medios de comunicación de forma simultánea. Familias que a su vez están permanentemente bombardeadas por una idea de normalidad que los medios de comunicación reafirman insistentemente y que llevan a una organización del mundo de una forma particular entre tantas posibles y negadas.
Entonces, tenemos por un lado a un sujeto de derecho que desde temprano ve afectadas sus apreciaciones del mundo de acuerdo al medio en que se mueve y a los consumos que los adultos preseleccionamos para ellos (cuando lo hacemos). Por otro lado, tenemos la necesidad de modificar las relaciones adulto-niño de forma de dar cabida a sus apreciaciones de la realidad y también a sus deseos. Es muy difícil, pero es necesario.
Cambiar las relaciones con un otro, no es tarea para hacer de forma unilateral, sino que requiere de un diálogo constante y comprometido con ese otro. Pero ese compromiso debe ser asumido por parte del adulto. Compromiso en escuchar y en proponer, considerando al niño como sujeto de inteligencia plena y múltiple con una existencia en el presente.
Participación y libertad
En primer lugar abordaremos la presencia de niños y niñas en medios de comunicación y el derecho a la participación.
La participación está necesariamente ligada al ejercicio de la libertad, ambas se necesitan y crecen juntas. Esto implica que sus formas pueden diversificarse y que muchas veces puede no gustarnos los caminos que toma. Sin embargo, es su naturaleza y debe ser asumida para que la participación sea real y no un mero slogan.
El problema que incorpora el ejercicio de la participación en la infancia es su relación directa a una desigual distribución de fuerzas y conocimientos con respecto al mundo establecido por los adultos. El ser humano nace en situación de subordinación y dependencia. Requiere de la habilitación de sus pares adultos para ir ganando espacios y libertades. Eso pone al adulto en una situación de poder desde la cual (le guste o no) irá dando forma al futuro sujeto. Esto, también nos guste o no, expone nuestra responsabilidad ante la formación de nuevos seres humanos.
Yendo estrictamente al tema de la participación entonces, ésta requiere de una habilitación de parte de los adultos. Es responsabilidad del mundo adulto el abrir espacios para la expresión de niños y niñas. Pero también es responsabilidad de los adultos definir que hacemos con esa expresión. De poco sirve la posibilidad de expresarnos si cada vez que decimos algo disonante se nos acalla con el discurso del “vos no sabés porque sos chico” o “te falta experiencia para opinar”.
De poco sirve la libertad si cuando la ejercemos fuera de los parámetros establecidos se nos exige un rápido regreso a la norma.
Tampoco sirve que nos dejen opinar para “editarnos” dentro de un lindo producto de comunicación. Aparecer en la tele no se traduce linealmente en un ejercicio de participación en los medios. La forma en que se alcance esa presencia en un medio de comunicación, aunque pueda parecer un matiz, hará una diferencia significativa. Que el niño sea un decorado o sea un sujeto que propone desde su particular forma de ver el mundo, dependerá del lugar que los adultos le habilitemos para su participación.
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Pero tenemos otra variable que hace de la participación de la infancia un problema más complejo. La distribución del poder está relacionada de forma directa a las formas de gestión del conocimiento. Entonces, el problema no se reduce simplemente a abrir espacios, sino que se extiende a la necesidad de promover formas de gestión de conocimiento por parte de los adultos, que vuelvan a estos conocimientos accesibles y maleables por parte de niños y niñas.
Si me interesa abrir espacios en los medios, por ejemplo, para que la infancia pueda expresarse, también tengo que pensar en mecanismos para que estos nuevos protagonistas expandan su dominio del lenguaje en que se van a expresar y de esta forma adquieran dominio sobre lo que desean decir.
Es aquí donde entra en escena la Educación y el desafío de pensarla de modo diferente. Y sucede que esto que planteamos en el terreno de la comunicación se hace extensible al conjunto de las esferas de actividad humana y las formas en que habilitamos o no el ingreso de las nuevas generaciones.
Está claro que tenemos la responsabilidad de orientar a nuestros niños, y esa orientación muchas veces implica tomar decisiones por ellos. Es verdad que tenemos la experiencia de nuestro lado y sabemos de la necesidad de incorporar determinadas habilidades y conocimientos para una vida plena. Pero hay muchas formas de plantarse para hacer esto. La que conocemos desde siempre y nos da seguridad, es la que nos pone en el lugar indiscutido del que sabe más. La alternativa es colocarnos en el lugar desde donde asumimos nuestra siempre presente posibilidad de equivocarnos.
Insisto en el concepto de Diálogo porque es precisamente ese modo bidireccional el que defendemos. No se trata de abrir oídos de modo ingenuo y despreocupado a todo lo que el niño dice, asumiéndolo como ser de sabiduría suprema e innata. Por el contrario se trata de asumir todo el peso del rol adulto desde la conciencia de nuestras incertidumbres, desde la única certeza de que siempre podemos estar equivocados y siempre podemos aprender con otros. Y desde la certeza que este camino implica conflictos que no podremos defender con el argumento del “porque lo digo yo”.
Educación y consumo cultural
Desde nuestro punto de vista, concebimos al niño como un sujeto que aprende todo el tiempo y en toda actividad. Lo que llamamos educación no se restringe a lo que se transmite en la escuela o en cualquier otro espacio con estos fines. Niños y niñas aprenden de lo que ven, de lo que leen, de lo que escuchan, de las actitudes que observan en los adultos de su entorno. Pero hoy más que nunca aprenden mucho de lo que consumen en los medios. Es por esa razón que el consumo cultural reviste tanta importancia.
En este hecho se sustenta nuestro interés por diversificar el consumo cultural de los niños que participan de nuestro espacio. Porque sabemos que esa propuesta de Diálogo que tanto defendemos, implica también proponer relatos que hablen de un mundo más ancho, diverso y complejo que el que presentan los relatos hegemónicos.
Hace ya varios años tuve la oportunidad de tomar un curso intenso y movilizador con el realizador argentino Alejandro Malowicki. A lo largo del curso, Malowicki insistió en la perspectiva del compromiso del autor con su público. De la importancia de dar a niños y niñas las respuestas que demandan. Si el niño pregunta sobre la muerte, decía, es porque para él es una completa novedad inseparable de la vida y necesita comprenderla, como también necesita comprender la injusticia, la verdad, el amor.
La concepción de la felicidad como un estado de constante alegría y sin lugar para el sufrimiento, está bastante instalada en nuestra sociedad. La selección minuciosa de contenidos culturales que “no afecten emocionalmente”, es una de las formas que damos a la cápsula de seguridad que pretendemos construir alrededor de nuestros niños para que no pueda penetrar la frustración, el duelo, el llanto.
El consumo cultural representa un factor fundamental de aproximación a la realidad, de encuentro con el mundo. Y como adultos, como docentes y como padres, madres, tíos y abuelos, tenemos la responsabilidad de acompañar a nuestros niños en la aventura de crecer y navegar este mar cambiante de emociones, ofreciendo entre otras cosas, una amplitud de experiencias culturales que exceda los lugares comunes estéticos y morales.
Ocultar la muerte tanto en su manifestación real como en el relato imaginario, es una agresión, un insulto a la inteligencia del niño y a su capacidad de resolver conflictos. No estoy diciendo que haya que darles noticias terribles como ejercicio cotidiano para que lloren y se endurezcan. Lo que intento decir es que se puede tratar el tema cuando surge y si hace falta, llorar con ellos. Ayudarlos a entender que el dolor es inherente a la existencia, como también lo es la alegría. Y sobre todo que no está solo con ninguna de sus emociones.
Las historias bien construidas son un recurso valioso para acercarnos a la comprensión del mundo y de nuestras emociones.
Películas como Kubo y las dos cuerdas mágicas, como El libro de vida, como El viaje de Chihiro, por nombrar solo algunas, son buenos ejemplos del compromiso profundo del autor con su público que propone Malowicki. Historias que evitan mentiras, gambetas u ocultamientos. Historias donde se llama cada cosa por su nombre, acompañando a los espectadores a resolver cada conflicto que se presenta. Historias que no los subestiman ahorrándoles nada que no sepa que pueden enfrentar.
Estas convicciones y aprendizajes que guían nuestro trabajo, no han llevado a La Casa del Árbol por el camino más sencillo. Pero es un camino en el que nos hemos sentido siempre bien evaluados por nuestro principal público objetivo, los guríses con los que hemos trabajado durante estos cinco años. Un camino que cada tanto nos gratifica con reconocimientos como el del Prix Jeunesse y nos reafirma que vamos por el camino cierto. Un camino en el que nos proponemos crear Historias fuertes para Niños fuertes. -
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Making television for children with children is, since our beginnings, the greatest challenge we have faced. A challenge that manifests itself at various levels and from which many reflections and questions necessarily arise. Although it does not represent the simplest and easiest path, we have decided to take it because we believe that the right to participation, and particularly participation in the media, is one of the many rights expressed in the declaration of the rights of children and adolescents that are not entirely fulfilled in reality.
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Hiding death, both in its real manifestation and in the imaginary story, is an aggression, an insult to the child's intelligence and ability to resolve conflicts.... Well-constructed stories are a valuable resource to bring us closer to understanding the world and our emotions.
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Strong Stories for strong children is the leitmotiv of the 28th PRIX JEUNESSE INTERNATIONAL FESTIVAL, an event that will take place during May this year in Munich, Germany and that is part of some of the strategies of the PRIX JEUNESSE Foundation in its goal to promote quality television for children and young people around the world. As mentioned on their website, the Foundation wants to promote television that allows children to see, hear and express themselves and their culture, and that enhances awareness and appreciation of other cultures.
A few weeks ago, at La Casa del Arbol we received the news that we are among the finalists of this festival, news that filled us with joy and pride on the one hand, but mainly, it was presented as the external validation of a work that we have been doing for several years with the firm conviction that children are subjects of rights in the deep sense that this implies.
That is why we take advantage of this news to put into words many of the reflections that guide our educational and creative practices.
Making television for children with children is, since our beginnings, the greatest challenge we have faced. A challenge that manifests itself at various levels and from which many reflections and questions necessarily arise. Although it does not represent the simplest and easiest path, we have decided to take it because we believe that the right to participation, and particularly participation in the media, is one of the many rights expressed in the declaration of the rights of children and adolescents that are not entirely fulfilled in reality.
The paradigm shift in the adult-child relationship that the exercise of these rights requires is not easy, but it is essential and, although it involves many difficulties, it also involves some certainties. Among these certainties is the need to think of children as the center of the issue. This may seem a common place and in fact it is often used as such.
Respecting the child's views can mean accepting many things for which we are not prepared as adults. It can mean the powerful shaking of all our certainties, moral and aesthetic.
And the difficulties may go even further. Because the opinions of our children, those aesthetic and moral appreciations, are not exclusively theirs. They do not bring them from the cradle as some pretend to imagine. At an increasingly early age, our children are being socialized in a primary way by their families and by the media simultaneously. Families that in turn are permanently bombarded by an idea of normality that the media insistently reaffirm and that lead to an organization of the world in a particular way among so many possible and denied ones.
So, on the one hand, we have a subject of rights who, from an early age, sees his or her appreciation of the world affected by the environment in which he or she moves and by the consumption that we adults pre-select for them (when we do so). On the other hand, we need to modify adult-child relationships in order to accommodate their appreciation of reality and also their desires. It is very difficult, but it is necessary.
Changing relationships with another is not a task to be done unilaterally, but requires a constant and committed dialogue with that other. But this commitment must be assumed by the adult. Commitment in listening and proposing, considering the child as a subject of full and multiple intelligence with a present existence.
Participation and freedom
First, we will approach the presence of children in the media and the right to participation.
Participation is necessarily linked to the exercise of freedom, both are necessary and grow together. This implies that its forms can diversify and that many times we may not like the paths it takes. However, this is its nature and it must be assumed so that participation is real and not a mere slogan.
The problem that incorporates the exercise of participation in childhood is its direct relation to an unequal distribution of forces and knowledge with respect to the world established by adults. Human beings are born in a situation of subordination and dependence. They require the empowerment of their adult peers in order to gain space and freedom. This places the adult in a situation of power from which (whether he likes it or not) he will shape the future subject. This, whether we like it or not, exposes our responsibility in the formation of new human beings.
Strictly on the subject of participation, then, participation requires empowerment on the part of adults. It is the responsibility of the adult world to open spaces for children's expression. But it is also the responsibility of adults to define what we do with that expression. The possibility of expressing ourselves is of little use if every time we say something dissonant we are silenced with the discourse of "you don't know because you are a child" or "you lack the experience to give an opinion".
Freedom is of little use if when we exercise it outside the established parameters we are required to quickly return to the standard.
Neither is it useful to be allowed to give our opinion in order to "edit" ourselves into a nice communication product. Appearing on TV does not translate linearly into an exercise of participation in the media. The way in which this presence in the media is achieved, although it may seem a detail, will make a significant difference. Whether the child is a prop or a subject who proposes his or her particular way of seeing the world will depend on the place that adults provide for his or her participation.
But we have another variable that makes children's participation a more complex problem. The distribution of power is directly related to the forms of knowledge management. Therefore, the problem is not reduced to simply opening spaces, but extends to the need to promote forms of knowledge management by adults that make this knowledge accessible and malleable by children.
If I am interested in opening spaces in the media, for example, so that children can express themselves, I also have to think of mechanisms for these new protagonists to expand their mastery of the language in which they will express themselves and thus acquire control over what they wish to say.
This is where education and the challenge of thinking about it in a different way comes into play. And it so happens that what we are saying in the field of communication can be extended to all spheres of human activity and the ways in which we do or do not enable the entry of new generations.
It is clear that we have a responsibility to guide our children, and that guidance often involves making decisions for them. It is true that we have experience on our side and we know the need to incorporate certain skills and knowledge for a fulfilling life. But there are many ways to set out to do this. The one we have always known and which gives us security is the one that puts us in the undisputed place of the one who knows best. The alternative is to place ourselves in the place where we assume our ever-present possibility of being wrong.
I insist on the concept of Dialogue because it is precisely this bidirectional mode that we defend. It is not a matter of opening our ears in a naive and carefree way to everything the child says, assuming it as a being of supreme and innate wisdom. On the contrary, it is about assuming the full weight of the adult role from the awareness of our uncertainties, from the only certainty that we can always be wrong and we can always learn with others. And from the certainty that this path implies conflicts that we will not be able to defend with the argument "because I say so".
Education and cultural consumption
From our point of view, we conceive the child as a subject that learns all the time and in every activity. What we call education is not restricted to what is transmitted at school or in any other space for these purposes. Boys and girls learn from what they see, from what they read, from what they hear, from the attitudes they observe in the adults around them. But today, more than ever, they learn a lot from what they consume in the media. That is why cultural consumption is so important.
This is the basis of our interest in diversifying the cultural consumption of the children who participate in our space. Because we know that the proposal of Dialogue that we defend so much also implies proposing stories that speak of a wider, more diverse and complex world than the one presented by the hegemonic stories.
Several years ago I had the opportunity to take an intense and mobilizing course with the Argentine filmmaker Alejandro Malowicki. Throughout the course, Malowicki insisted on the perspective of the author's commitment to his audience. Of the importance of giving children the answers they demand. If the child asks about death, he said, it is because for him it is a complete novelty inseparable from life and he needs to understand it, just as he needs to understand injustice, truth, love.
The conception of happiness as a state of constant joy and with no place for suffering is well established in our society. The meticulous selection of cultural contents that "do not affect emotionally" is one of the forms we give to the safety capsule that we try to build around our children so that frustration, mourning and crying cannot penetrate.
Cultural consumption represents a fundamental factor of approximation to reality, of encounter with the world. And as adults, as teachers and as fathers, mothers, uncles, aunts and grandparents, we have the responsibility to accompany our children in the adventure of growing up and navigating this changing sea of emotions, offering, among other things, a breadth of cultural experiences that exceeds the aesthetic and moral commonplaces.
Hiding death, both in its real manifestation and in the imaginary story, is an aggression, an insult to the child's intelligence and ability to resolve conflicts. I am not saying that they should be given terrible news as a daily exercise to make them cry and toughen up. What I am trying to say is that you can address the issue when it comes up and if necessary, cry with them. Help them understand that pain is inherent to existence, as is joy. And above all that you are not alone with any of your emotions.
Well-constructed stories are a valuable resource to bring us closer to understanding the world and our emotions.
Films like Kubo and the Two Magic Strings, like The Book of Life, like Spirited Away, to name but a few, are good examples of the author's deep commitment to his audience that Malowicki proposes. Stories that avoid lies, gambits or concealment. Stories where everything is called by its name, accompanying the viewers to resolve each conflict that arises. Stories that don't underestimate them by sparing them anything they don't know they can face.
These convictions and learnings that guide our work have not led La Casa del Árbol down the simplest path. But it is a path on which we have always felt well evaluated by our main target audience, the gourmets with whom we have worked during these five years. A path that from time to time gratifies us with awards such as the Prix Jeunesse and reaffirms that we are on the right path. A path on which we aim to create strong stories for strong children.