pensar
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Consumo cultural
¿Nativo qué?
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Ante la pregunta de si ¿hay espacio para que los creadores de contenido audiovisual para niños tengan un impacto en el contenido audiovisual que los nativos digitales seleccionan para ver? me dedicaré a cuestionar el concepto de Nativo Digital. No porque no exista un conjunto de la humanidad que ha nacido dentro de un período histórico signado por el acelerado desarrollo de tecnologías digitales. Sino porque la imagen de nativo digital que se extiende, es la de niñes que "aprenden solos" que solo por haber nacido en esta época tienen una especie de "don" que exime a les adultes en general y a las autoridades en particular, de hacer algo más que darles tareas a través de una computadora, o simplemente asumir que "ya saben". "Miralos como manejan las pantallitas", "ya vienen sabiendo" Y es un poco que sí y bastante que no.
En este mundo tan distinto al de generaciones anteriores, el acceso a las oportunidades continúa siendo un diferencial para el desarrollo pleno de las infancias y sus potencialidades creativas. Por último comentaré algo acerca del lugar que creo que ocupan (o pueden ocupar) los consumos culturales en este mapa de oportunidades y como el compromiso de los creadores con la producción de historias que aporten al crecimiento y la belleza puede enriquecer la existencia de la amplia gama de infancias que pueblan el planeta.
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Creo que lo que llamamos de nativo digital, esa figura del niño que nos deslumbra por su dominio de la tecnología y los lenguajes novedosos que de su uso se desprenden, es un sujeto en el que sí se expresa su condición histórica, pero también (y sobre todo) su condición de clase.
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Para comenzar quisiera detenerme en la idea de “nativo digital”. Pienso que es un concepto muy seductor, que ha llevado a muchos pensadores, educadores y creadores a adoptarlo sin cuestionarlo demasiado. Creo que en buena medida es una falacia. No existe algo como un nativo digital. No al menos en el sentido de algo que que se define solo por la coincidencia histórica de haber nacido en un tiempo determinado. Creo que lo que llamamos de nativo digital, esa figura del niñe que nos deslumbra por su dominio de la tecnología y los lenguajes novedosos que de su uso se desprenden, es un sujeto en el que sí se expresa su condición histórica, pero también (y sobre todo) su condición de clase. Básicamente, es el niñe que cuenta con oportunidades para desarrollarse de forma plena en un contexto de hiperabundancia tecnológica.
¿Por qué me inquieta tanto cuestionar esta noción de nativo digital? Porque pienso que asumirla como tal, como una cualidad que viene dada solo por haber nacido en una época, nos impide ver las grandes masas de niñes que quedan excluidos de las oportunidades. Porque si solo por haber nacido en una época tendríamos esa habilidad, todo el que no la tenga o no la desarrolle con la sola condición de conectar a la red, será por falta de aptitudes y no de oportunidades.
Ese niñe que juega videojuegos con fluidez, que programa en Scratch (u alguna otra de las tantas maravillosas herramientas que están disponibles), que es youtuber, que en definitiva se desdobla en múltiples dimensiones que abarcan la de creador, consumidor, prosumidor, no hace otra cosa que poner en juego una amplia batería de recursos a los que ha accedido a lo largo de su trayectoria de vida. Pero esta batería de recursos interacciona con otros recursos que no son siempre digitales.
Que se entienda que no quiero negar el efecto democratizador que la revolución tecnológica ha traído. No deja de ser verdad que existe una base material que permite otras formas de participación de niñas y niños en la vida cultural. Que pueden hacer un video y subirlo, que pueden acceder a una plataforma y aprender a programar o que pueden buscar respuestas a muchas preguntas por sí mismos. Sin embargo, aquellos que tienen la posibilidad de crecer en un ambiente enriquecido; aquellos que tienen alguien con quien conversar sobre lo que vieron en Internet o que han incorporado el hábito de leer porque alguien les leyó antes de dormir durante los primeros años de vida; los que han aprendido a comprender lo que sienten porque siempre tuvieron a un abrazo de distancia de un adulto con tiempo para preguntarles como están, indudablemente pueden hacer otras cosas con los recursos que tienen a su disposición. -
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¿Por qué me molesta el concepto de nativo digital si en buena medida es innegable? Porque me ha tocado trabajar con niñes que a los 10 u 11 años todavía no leen con fluidez. Porque me ha tocado ver a niñes que viviendo en una ciudad costera descubren el mar a los 9 o 10 años. Porque cuando voy a trabajar a un barrio alejado del centro, descubro una diversidad que además de colores de piel, incluye mocos, violencia, piojos y lágrimas.
Por todo esto, creo que asumir una categoría homogenizante como la de nativo digital, aplana la diversa y compleja trama de la injusticia social que sufren nuestras infancias.
Ahora bien. Hecha esta consideración sobre el concepto podemos pasar al análisis concreto de lo que consumen las infancias de hoy. Y para empezar debemos asumir que consumen de forma mucho más diversa e intensa que generaciones anteriores. Tal vez podamos hacer una distinción diciendo que hoy el consumo no es de contenidos sino de pantallas. Esos rectángulos luminosos tienen atrapada a la humanidad en general y a las infancias en particular. Según un estudio publicado en 2018 en España, en promedio los niños de 6 a 13 años pasaban 4,9 horas diarias frente a una pantalla realizando diferentes actividades. Pueden estar en clase, jugando, creando contenidos, etc. Pero el dato interesante es que el 20,4 % de sus vidas diarias transcurre en el plano digital.
Si pensamos en este fenómeno como un proceso de digitalización de la vida y no como un consumo de bienes culturales digitales, podemos encontrar claves que nos ayuden a entender esa amplitud del gusto por los contenidos audiovisuales.
Podemos usar este berretín de separar entre una vida en plano digital y en plano analógico, para hacer un ejercicio. Imaginemos nuestra vida de seres pre Internet. Vivíamos en un plano puramente analógico. Y en ese plano leíamos el diario, mirábamos una telenovela, leíamos a Dostoievski, a García Marquez y a Condorito. Si pensamos en esos consumos, no se nos pasa por la cabeza la idea de que la literatura haya corrido el riesgo de perecer a causa de nuestros consumos diversificados. Salvando las distancias, creo que hoy sucede lo mismo. La llamada generación Z consume imágenes a una velocidad y volumen sin precedentes. Tampoco tiene precedentes la amplitud de la oferta. Desde manos desempacando huevos Kinder hasta series animadas de delicada factura. Pero esta amplitud en el consumo no cuestiona la pertinencia de que existan buenas historias creadas por profesionales. Les niñes continúan siendo ávidos consumidores de imágenes bellas, y la industria tiene un know how acumulado para crearlas con facilidad.
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¿Por qué me molesta el concepto de nativo digital si en buena medida es innegable? ... porque creo que asumir una categoría homogenizante como la de nativo digital, aplana la diversa y compleja trama de la injusticia social que sufren nuestras infancias.
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Ante la pregunta ¿Qué margen nos queda como creadores? Surge la respuesta de que ese margen depende de lo que queremos que suceda con nuestras historias. Podemos contar historias para entretener o para transformar. O para entretener y transformar. Y las preguntas para cada caso son diferentes.
En un mundo donde el consumo banaliza la existencia prefiero pensar en producciones que aporten en la dirección opuesta. Y confío que en las infancias laten las grandes preguntas que siempre han movido a nuestra especie. Niñas y niños siguen necesitando escuchar buenas historias. Historias que conecten con la bella profundidad de la existencia, del tiempo, del amor, de los dolores y los miedos. Y como creadores tenemos la responsabilidad de crearlas.
Podemos estar seguros que siempre tendremos un público joven deseoso de conocer las historias que nacen de la experiencia de vida de los pueblos y los individuos. Historias que nos ayuden a reconectar con la vida. Que nos ayuden a reconocernos en les otres y poder empatizar con sus dolores más allá de la lágrima fácil que nace en ese trayecto que existe entre el sofá y la pantalla.
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Abstract
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In my intervention I will question the concept of Digital Native understood as a category defined only by the historical condition of being born in an era of intense technological developments. This idea of digital native can be misleading to understand the wide diversity of childhoods that inhabit a hyperconnected world imbricated in a digital level of existence.
In this world so different from that of previous generations, access to opportunities continues to be a differential for the full development of children and their creative potential.
Finally, I will analyze the place that cultural consumption occupies (or can occupy) in this map of opportunities and how the commitment of creators to the production of stories that contribute to growth and beauty can enrich the existence of the wide range of children that populate the planet. -
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To begin with, I would like to dwell on the idea of "digital native". I think it is a very seductive concept, which has led many thinkers, educators and creators to adopt it without questioning it too much. I think it is largely a fallacy. There is no such thing as a digital native. Not at least in the sense of something that is defined only by the historical coincidence of being born at a certain time. I believe that what we call a digital native, that figure of the child who dazzles us with his mastery of technology and the novel languages that arise from its use, is a subject in which his historical condition is expressed, but also (and above all) his class condition. Basically, it is the child who has opportunities to develop fully in a context of technological hyperabundance.
Why do I feel so uneasy about questioning this notion of digital natives? Because I think that assuming it as such, as a quality that comes only from being born in an era, prevents us from seeing the great masses of children who are excluded from opportunities. Because if we would have this ability just because we were born in an era, anyone who does not have it or does not develop it just by connecting to the network, will be for lack of skills and not for lack of opportunities.
That child who plays video games fluently, who programs in Scratch (or any other of the many wonderful tools that are available), who is a youtuber, who in short unfolds in multiple dimensions that include the creator, consumer, prosumer, does nothing more than putting into play a large battery of resources to which he has had access throughout his life trajectory. But this battery of resources interacts with other resources that are not always digital.
Let it be understood that I do not wish to deny the democratizing effect that the technological revolution has brought. It is true that there is a material base that allows other forms of participation of children in cultural life. That they can make a video and upload it, that they can access a platform and learn to program or that they can search for answers to many questions by themselves. However, those who have the possibility of growing up in an enriched environment; those who have someone to talk to about what they saw on the Internet or who have incorporated the habit of reading because someone read to them before going to sleep during the first years of life; those who have learned to understand what they feel because they always had an adult with time to ask them how they are doing just a hug away, can undoubtedly do other things with the resources they have at hand.
Why does the concept of digital natives bother me if it is largely undeniable? Because I have worked with children who at 10 or 11 years old are not yet fluent readers. Because I have seen children living in a coastal city discover the sea at the age of 9 or 10. Because when I go to work in a neighborhood far from the center, I discover a diversity that, in addition to skin colors, includes snot, violence, lice and tears.
For all this, I believe that assuming a homogenizing category such as digital native, flattens the diverse and complex plot of social injustice suffered by our childhoods.
Now then. Having made this consideration about the concept, we can move on to the concrete analysis of what today's children consume. And to begin with, we must assume that they consume in a much more diverse and intense way than previous generations. Perhaps we can make a distinction by saying that today's consumption is not of content but of screens. Those luminous rectangles have trapped humanity in general and children in particular. According to a study published in 2018 in Spain, on average children from 6 to 13 years old spent 4.9 hours a day in front of a screen doing different activities. They may be in class, playing games, creating content, etc. But the interesting fact is that 20.4% of their daily lives are spent digitally.
If we think of this phenomenon as a process of digitization of life and not as a consumption of digital cultural goods, we can find clues to help us understand the breadth of taste for audiovisual content.
We can use this trick of separating between a life on a digital plane and on an analogical plane, to do an exercise. Let's imagine our life as pre-internet beings. We lived on a purely analog plane. And on that plane we read the newspaper, watched a soap opera, read Dostoyevsky, Garcia Marquez and Condorito. If we think about those consumptions, the idea that literature has run the risk of perishing because of our diversified consumptions does not cross our minds. I believe that the same thing is happening today. The so-called Z generation consumes images at an unprecedented speed and volume. Nor is the breadth of supply unprecedented. From hands unpacking Kinder eggs to delicately crafted animated series. But this breadth of consumption does not question the relevance of good stories created by professionals. Children continue to be avid consumers of beautiful images, and the industry has the accumulated know-how to create them with ease.
When asked the question: What margin is left to us as creators? The answer arises that this margin depends on what we want to happen with our stories. We can tell stories to entertain or to transform. Or to entertain and transform. And the questions for each case are different.
In a world where consumption trivializes existence, I prefer to think of productions that contribute in the opposite direction. And I trust that the great questions that have always moved our species pulsate in childhood. Girls and boys still need to listen to good stories. Stories that connect with the beautiful depth of existence, of time, of love, of pains and fears.
We can be sure that we will always have a young audience eager to know the stories that are born from the life experience of people and individuals. Stories that help us reconnect with life. Stories that help us to recognize ourselves in others and to empathize with their pain beyond the easy tears that are born in that journey that exists between the sofa and the screen.